lunes, 16 de diciembre de 2019

LA INTIMA ESPIRITUALIDAD DEL PASEO SOLITARIO POR LA DEHESA


Recuerdo perfectamente el día más lúcido de mi vida. Aquella mañana tan creativa y llena de pensamientos constructivos. Fue a finales de agosto, mientras deschuponaba los olivos de mi padre en Malcocinado. Aquella mezcla de concentración, moderado ejercicio físico, olor a campo recién levantado al amanecer y un bocadillo a media mañana dieron lucidez a mi mente entonces tan inquieta.
En aquella loma, contemplando las marciales hileras de olivos centenarios de Malcocinado fue cuando decidí qué carrera que iba a estudiar.
No soy el primero que habla del extraordinario poder que la naturaleza, que el aire libre, produce en el ser humano.
Los japoneses han ido mucho más allá. Usan el término ‘Shinrin-Yoku’ para designar una nueva actividad: caminar por la naturaleza con los cinco sentidos. Una técnica nacida en Japón que promete hacernos más saludables, creativos y felices.

‘Un baño de bosque’, la técnica japonesa que aniquila el estrés y que ha sido asumida por el sistema sanitario japonés, que lo receta como medicina y que ha medido y comprobado su poder curativo.
Ojo, no es ninguna broma. Muchas empresas ya incluyen estos viajes entre sus ejecutivos o empiezan a dar tiempo a sus trabajadores para que practiquen lo que ya es considerado en el país nipón como ‘medicina tradicional’ con carácter preventivo. Cada año entre 2,5 y cinco millones de japoneses acuden a las sesiones de ‘terapia del bosque’ en alguno de los 48 centros oficiales designados por la Agencia Forestal de Japón.
La sesión consiste en unas dos horas de paseo relajado por el bosque, con ejercicios de respiración dirigidos por monitores. Antes y después de la caminata se mide la presión arterial y otras variables fisiológicas, para que los participantes puedan comprobar la eficacia del tratamiento.

Me gusta repetir que el turista espiritual realiza conscientemente dos viajes: uno exterior y otro interior, en el que gracias al silencio fluyen las preguntas y las respuestas, las sensaciones y las emociones, los sentimientos y los presentimientos.
Es curioso cómo la evolución nos devuelve al origen. La espiritualidad de los primeros humanos está totalmente ligada a la naturaleza, a bosques sagrados, a ríos sagrados, a montañas sagradas.
En aquellos días nuestros antepasados y hoy las tribus que sobreviven en selvas ignotas oran, rezan, meditan sobre los sonidos y estados que encuentran en la naturaleza.
Uno de mis destinos favoritos es la laguna de los Barruecos, en Malpartida de Cáceres. Allí, sobre una roca, en absoluta soledad, llena la brisa de sonidos, lejanos cencerros de vacuno, apareció una nutria que se divertía nadando en el agua. Sobre aquella roca, contemplando mi silueta bañándose en el agua, tuve una preciosa experiencia de lucidez espiritual.
Subiendo al castillo de Monfragüe desde el puente viejo, por el camino milenario, de nuevo en solitario, sol entre los árboles, aromas de otoño. Entre grandes encinares y dehesas del suroeste de Extremadura. En la finca Monte Porrino de Salvaleón, entre unos inmensos bloques de granito donde milagrosamente había crecido un alcornoque, el turista espiritual encuentra una imagen poderosa de resiliencia.
El monte de castaños sobre Hervás cuando vienes del puerto de Honduras, las gargantas del Jerte, oyendo el murmullo del agua. Relajarse, encontrarse con uno mismo, pensar, repensarse. Escuchar el silencio, aspirar la brisa perfumada, tocar la corteza de un olivo centenario, de un alcornoque en la trasierra de Hornachos que tiene casi 20 metros de altura.
El turista espiritual saborea lo auténtico. Sabe que al andar nace el camino mientras mejora su salud corporal y emocional. Extremadura es el destino.

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